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05-Edificando un Matrimonio CelestialSolo para conyuges separados
Pregunta: Tengo de bautizado 7 años, activo y me case en el templo despues de bautisarse mi esposa ella me engaño y actualmente ella vive con otro hombre del mundo y tiene un hijo de 2 años esta por supuesto inactiva, ya tengo 6 años de separado legalmente y (1) deseo participar de las actividades de JAS aqui el divorcio demora demasiado pero tengo papeles del juez que estoy separado a tambien otra pregunta (2) puedo ya empezar a tramitar la anulación del sellamiento, yo deseo ya tener mi familia por que aqui en mi pais es dificil y (3) demoran años, mi edad es de 42 años claro aparento de 30 años que debo de hacer me (4) han dicho que en otros paises es distinto. Respuesta: Es una pena lo que le paso hermano, pero sucede y en cada estaca podemos encontrar casos similares. Espero que esta respuesta pueda servirle de guia a usted y a los hermanos y hermanas que se encuentran en esta situación. 1-Sobre si puede participar de las actividades de los miembros solteros (JAS o AS) esto es lo que dicen las normas de la Iglesia: "En estas actividades sólo pueden participar los miembros solteros, los oficiales asignados de la Iglesia y los solteros que no sean miembros y estén dispuestos a cumplir con las normas de la Iglesia. La persona que esté separada del cónyuge o en trámites de divorcio no puede participar hasta que el decreto de divorcio se haya finalizado de acuerdo con la ley". ( Manual de Instrucciones de la Iglesia. Libro 1. Sección 11-Miembros Solteros y Estudiantes. Pág.142 ) 2-El tramite para la anulación del sellamiento se inicia solo cuando el divorcio se ha efectuado de acuerdo a la ley. 3-En el Perú el tramite de divorcio puede demorar hasta 1 año (si es por mutuo acuerdo ver http://www.miabogado.com.pe/todo_sobre_divorcio_peru.html ). Ojo no estoy animando a los conyuges que se encuentran separados a que se divorcien pues el matrimonio es sagrado a la vista de Dios y debemos orar, ayunar y hacer todo lo posible durante un buen tiempo por reconciliarnos y salvar nuestro matrimonio, y aun asi solo estamos justificados a dar este paso si el Señor asi nos lo revela con claridad ya que solo el sabe si es ya imposible salvar nuestro matrimonio. 4-En algunos paises el tramite de divorcio es más facil y rapido. Tambien es cierto que a vecez los lideres locales (de estaca y barrio) por falta de conocimiento o por permisividad permiten que los miembros separados participen de las actividades de los miembros solteros, hay que dejar en claro que el hacer esto va en contra de las normas de la Iglesia, y si sabemos de este tipo de casos deberiamos hablar con el lider responsable y recordarle que su deber es hacer cumplir las normas de la Iglesia, de no haber una corrección seria nuestra responsabilidad informar a la autoridad superior (Presidencia de Estaca o de Area segun sea el caso). Trato de imaginarme como me sentiria si estuviera en su situación, realmente se que sufriria mucho pues amo a mi esposa y a mis hijos, pero por sobre ellos amo más a mi Padre Celestial y estaria dispuesto a esperar a fin de ser obediente a su ley. Que el Señor les de consuelo, fortaleza, paciencia y les permita conocer su voluntad en esta dificil situación que estan pasando, estoy seguro que el les guiara. El divorcio
Élder Dallin H. Oaks Un buen matrimonio no requiere un hombre o una mujer perfectos; sólo requiere un hombre y una mujer dispuestos a esforzarse juntos por alcanzar la perfección. Recibí la impresión de hablar sobre el divorcio. Éste es un tema delicado porque provoca emociones muy fuertes en las personas a las que ha afectado de alguna forma. Algunos se ven a sí mismos o a sus seres queridos como víctimas del divorcio, mientras que otros se ven como sus beneficiarios. Algunos ven el divorcio como prueba del fracaso, mientras que otros consideran que es una compuerta esencial para escapar del matrimonio. En una forma u otra, el divorcio afecta a la mayoría de las familias de la Iglesia. Sea cual fuere su perspectiva, tengan a bien escuchar mientras intento hablar con franqueza sobre los efectos del divorcio en las relaciones familiares eternas que procuramos obtener de acuerdo con el plan del Evangelio. Hablo de ello por preocupación, pero con esperanza. I.Vivimos en un mundo en el que el concepto total del matrimonio está en peligro y en el que el divorcio es común. Muchos han reemplazado el concepto de que la sociedad tiene un fuerte interés en preservar los matrimonios para el bien común, así como para el bien de la pareja y de sus hijos, por la idea de que el matrimonio sólo es una relación privada entre adultos que están de acuerdo y al cual se le puede dar fin cuando cualquiera de los dos así lo desee1. Las naciones que no tenían leyes de divorcio las han adoptado, y la mayoría de las que permiten el divorcio han hecho que sean más fáciles de obtener. Lamentablemente, según las leyes actuales de divorcio por consentimiento mutuo, puede ser más fácil dar fin a una relación matrimonial con un cónyuge no deseado que dar fin a una relación laboral con un empleado no deseado. Algunos incluso se refieren al primer matrimonio como el "matrimonio inicial", como una pequeña casa que uno utiliza por un tiempo antes de conseguir una mejor. El debilitamiento del concepto de que los matrimonios son permanentes y de gran valor tiene consecuencias de gran alcance. Algunos jóvenes rechazan el matrimonio, influenciados por el divorcio de sus padres o por las ideas populares de que el matrimonio es un grillete con cadenas que impide la realización personal. Muchos de los que se casan retienen su dedicación completa, y están prestos para huir cuando se les presenta el primer desafío de carácter serio. En contraste, los profetas modernos nos han advertido que ver el matrimonio "como un simple contrato que se puede firmar cuando se desee… y romper a la primera dificultad… es un mal que amerita una condenación severa", especialmente en los casos en los que se hace sufrir a los hijos2. En la antigüedad, e incluso bajo algunas leyes tribales en algunos países donde ahora contamos con miembros, los hombres tienen el poder de divorciarse de sus esposas por cualquier cosa trivial. El Salvador rechazó este tipo de opresión perversa hacia las mujeres. Él declaró: "Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fue así. "Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera" (Mateo 19:8–9). El tipo de matrimonio que se requiere para la exaltación, de duración eterna y de calidad divina, no considera el divorcio. En los templos del Señor, las parejas se casan por toda la eternidad; pero algunos matrimonios no progresan hacia ese ideal. A causa de "la dureza de [nuestros] corazones", el Señor actualmente no hace valer las consecuencias de la norma celestial. Permite que las personas divorciadas se vuelvan a casar sin la mancha de inmoralidad especificada en la ley superior. A menos que un miembro divorciado haya cometido transgresiones graves, él o ella puede reunir los requisitos para obtener una recomendación para el templo en base a las mismas normas de dignidad que se aplican a los otros miembros. Leer mas ... http://www.lds.org/conference/talk/display/0,5232,89-3-691-25,00.html El matrimonio es esencial para Su plan eterno
ÉLDER DAVID A. BEDNARDel Quórum de los Doce Apóstoles
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El esposo y la esposa deben amarse y cuidarse mutuamente Pero al paso del tiempo, a veces los cónyuges olvidan demostrar amor por su compañero(a) y comienzan a pensar más en sí mismos.A veces las presiones del trabajo o de la crianza de los hijos hacen que las personas pongan en último lugar el atender las necesidades de su compañero(a). El Evangelio enseña que los esposos y las esposas deben amarse mutuamente y velar el uno por el otro "así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella" (Efesios 5:25). Los matrimonios de éxito requieren atención constante para permanecer fuertes y saludables.Requieren un amor y sacrificio semejantes a los de Cristo.
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ÉLDER W. DOUGLAS SHUMWAY
De los Setenta
En una sociedad en la que a menudo se evade el matrimonio, se evita la paternidad y se degrada a las familias, tenemos la responsabilidad de honrar nuestro matrimonio, de educar a nuestros hijos y de fortalecer nuestras familias.
Poco después de casarme, mis tres hermanos y yo, nos encontramos en la oficina de mi padre para realizar una reunión de negocios. Al terminar nuestra reunión y disponernos a salir, nuestro padre se detuvo, nos miró y dijo: "Muchachos, no están tratando a sus esposas como deberían hacerlo, deben demostrarles más bondad y respeto". Las palabras de mi padre me llegaron al alma.
Hoy somos testigos de un ataque sin fin al matrimonio y a la familia. Ellos parecen ser los principales blancos del adversario para el menosprecio y la destrucción. En una sociedad en la que a menudo se evade el matrimonio, se evita la paternidad y se degrada a las familias, tenemos la responsabilidad de honrar nuestro matrimonio, de educar a nuestros hijos y de fortalecer nuestras familias.
Honrar el matrimonio requiere que los cónyuges se amen, se respeten y sean leales el uno hacia el otro. Se nos ha dado la sagrada instrucción de "amarás a tu esposa con todo tu corazón, y te allegarás a ella y a ninguna otra" (D. y C. 42:22).
El profeta Malaquías enseñó: "… Porque Jehová ha atestiguado entre ti y la mujer de tu juventud, contra la cual has sido desleal, siendo ella tu compañera, y la mujer de tu pacto… Guardaos… y no seáis desleales con la mujer de vuestra juventud" (Malaquías 2:14–15). En verdad, es un privilegio pasar la vida junto a la mujer de nuestra juventud, guardar los convenios, adquirir sabiduría y compartir amor ahora y en toda la eternidad.
Me acuerdo de la expresión: "Cuando la satisfacción o la seguridad de la otra persona llega a ser tan significativa como la satisfacción o la seguridad personal, entonces existe el amor" (Harry Stack Sullivan, Conceptions of Modern Psychiatry, 1940, pág. 42–43).
Se supone que el matrimonio es, y debe ser, una relación amorosa, vinculante y armoniosa entre un hombre y una mujer. Cuando los cónyuges entienden que a la familia la decretó Dios y que el matrimonio puede estar lleno de promesas y bendiciones que se extienden hasta las eternidades, la separación y el divorcio rara vez se llegarán a considerar en un hogar Santo de los Últimos Días. Las parejas se darán cuenta de que las ordenanzas y los convenios sagrados realizados en la Casa del Señor les proporcionarán los medios para regresar a la presencia de Dios.
A los padres se les ha dado el sagrado deber de "cri[ar] [a los hijos] en disciplina… del Señor" (Efesios 6:4). "El primer mandamiento que Dios les dio a Adán y a Eva tenía que ver con el potencial que, como esposo y esposa, tenían de ser padres" ("La Familia: Una proclamación para el mundo", Liahona, octubre de 1998, pág. 24). Entonces nuestra responsabilidad no sólo es el bienestar de nuestro cónyuge sino que se extiende al cuidado atento de nuestros hijos, porque "… herencia de Jehová son los hijos" (Salmos 127:3). Podemos escoger educar así a nuestros hijos y "[enseñarles]… a orar y a andar rectamente delante del Señor" (D. y C. 68:28). Como padres, debemos considerar a nuestros hijos como dones de Dios y debemos comprometernos para hacer de nuestro hogar un lugar para amar, enseñar y educar a nuestros hijos e hijas.
El presidente Thomas S. Monson nos recuerda: "El manto de liderazgo no es la capa de la comodidad sino el peso de la responsabilidad… La juventud necesita menos críticos y más ejemplos buenos. Dentro de cien años no tendrá ninguna importancia el tipo de casa en la que hayamos vivido, cuánto dinero hayamos tenido en la cuenta de ahorros ni la apariencia de nuestra ropa, pero el mundo quizá sea un poco mejor por la influencia que hayamos tenido en la vida de un niño" ("En pos de la vida plena", Liahona, agosto de 1988, pág. 7).
Aunque a veces nos sintamos cansados, impacientes o muy ocupados para atender a nuestros hijos, nunca debemos olvidar el infinito valor de lo que tenemos en nuestro hogar: nuestros hijos e hijas. Lo que tengamos que hacer, ya sea una cita de negocios o un nuevo auto, es de poco valor comparado con el valor de una alma joven.
John Gunther, un padre que perdió a su hijo a causa de cáncer al cerebro, nos instó: quienes todavía tengan "hijos e hijas, abrácenlos con una mayor sensación de dicha por tenerlos con ustedes" (Death Be Not Proud, 1949, pág. 259).
El presidente Harold B. Lee contó que el gran educador, Horace Mann, "quien era el orador en la dedicación de una escuela para varones, dijo en su discurso: "Si esta escuela, que ha costado tantos millones, logra salvar a un solo muchacho, ha valido la pena todo ese gasto". Después de la reunión uno de sus amigos se le acercó y le dijo: "Parece que te dejaste llevar por el entusiasmo, ¿no?… Dijiste que si esta escuela que ha costado miles de dólares logra salvar a un solo muchacho, ¿habrá valido la pena el costo? No creo que hayas querido decir realmente eso" ". Horace Mann lo miró y dijo: "Sí, amigo. Si ese joven fuera tu hijo, ¿no crees que se justificaría?" " (Véase "Un paladín de la juventud", élder Vaughn J. Featherstone, Liahona, enero de 1988, pág. 26).
El amar, proteger y educar a nuestros hijos están entre las cosas más sagradas y eternamente importantes que hagamos. Las posesiones materiales se desvanecerán, la película o la canción más popular de hoy será irrelevante mañana, pero un hijo o una hija es eterno.
"… la familia es la parte central del plan del Creador para el destino eterno de Sus hijos" ("La Familia: Una proclamación para el mundo"). Por lo tanto, los padres y los hijos deben trabajar en forma unida para fortalecer las relaciones familiares, cultivándolas todos los días.
Tengo un hermano que trabajaba en una gran universidad y que nos contó acerca de un atleta, destacado corredor de vallas, que era ciego. Rex le preguntó: "¿Nunca te caes?", a lo que el atleta respondió: "Tengo que ser exacto. Mido antes de saltar. Una vez no lo hice y casi me mato". Luego el joven habló de las incontables horas que su padre le dedicó durante muchos años para enseñarle, ayudarle y mostrarle cómo saltar vallas, hasta que llegó a ser uno de los mejores.
¿Cómo iba a fallar ese joven con un equipo como ése, el de un padre y un hijo?
Jóvenes y jovencitas, ustedes pueden ser una gran influencia positiva en sus hogares al ayudar a lograr objetivos familiares dignos. Nunca olvidaré la noche de hogar hace años, en la que se colocó el nombre de cada integrante de la familia en un sombrero. El nombre que se escogía sería el "amigo secreto" durante la semana. Ya se imaginarán el amor que llenó mi corazón cuando llegué a casa al martes siguiente después del trabajo para limpiar el garaje, tal como lo había prometido, y lo encontré ya barrido. Había una nota pegada en la puerta del garaje que decía: "Espero que hayas tenido un buen día, tu amigo secreto". Y el viernes por la noche al sacar la colcha de la cama descubrí una barra de mi dulce favorito, envuelta cuidadosamente en papel blanco, con una nota que decía: "¡Papá, te quiero mucho! Gracias, tu amigo secreto". Luego ocurrió algo mejor. Cuando regresé a casa tarde un domingo, después de asistir a una reunión vespertina, encontré en mi lugar de la mesa del comedor una servilleta hermosamente colocada, y escrito en ella: "SUPER PAPÁ" con letras grandes, y entre paréntesis: "Tu amigo secreto". Realicen su noche de hogar, porque allí se enseña el Evangelio, se obtiene un testimonio y se fortalece a la familia.
Aunque el adversario busque destruir los elementos claves necesarios para un matrimonio feliz y una familia recta, permítanme asegurarles que el Evangelio de Jesucristo provee las herramientas y enseñanzas necesarias para combatir y vencer al agresor en esta guerra. Si tan sólo honramos nuestro matrimonio impartiendo más amor y abnegación a nuestro cónyuge; educamos a nuestros hijos con delicada persuasión y con el mejor maestro, el cual es el ejemplo, y fortalecemos la espiritualidad de nuestra familia por medio de la noche de hogar constante, y la oración y el estudio de las Escrituras, les testifico que el Salvador viviente, Jesucristo, nos guiará y nos dará la victoria en nuestros esfuerzos por alcanzar la unidad familiar eterna. Lo testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.
ÉLDER F. BURTON HOWARD
De los Setenta
Si queremos que algo dure para siempre, debemos tratarlo de forma diferente... llega a ser algo especial porque en eso lo hemos convertido.
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Hace algunos años, mi esposa y yo fuimos a una recepción nupcial que se llevó a cabo al aire libre. Horas antes, habíamos estado en el templo, donde la joven pareja que conocíamos se había casado por esta vida y la eternidad. Se amaban mucho y las circunstancias en las que se conocieron habían sido casi milagrosas. Se derramaron muchas lágrimas de felicidad. Al final de un día perfecto, esperábamos nuestro turno para saludar a la pareja. Delante de nosotros estaba un amigo cercano de la familia; se acercó a los recién casados y con su hermosa voz de tenor les cantó las conmovedoras palabras del libro de Rut: "...a dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios. Donde tú murieres, moriré yo..." (Rut 1:16–17).
Nos sentimos profundamente conmovidos y animados al pensar en su futura felicidad, supongo que, en parte, porque mi esposa y yo hemos tenido colgadas esas mismas palabras en la pared de nuestra casa durante muchos años.
Lamentablemente, la importancia de esas hermosas palabras está disminuyendo; hoy día demasiados matrimonios terminan en divorcio; el egoísmo, el pecado y la conveniencia personal a menudo se anteponen a los convenios y al compromiso.
El matrimonio eterno es un principio que se estableció antes de la fundación del mundo y se instituyó en esta tierra antes de que la muerte se introdujese en ella. Adán y Eva fueron dados el uno al otro por Dios en el jardín del Edén antes de la Caída. La Escritura dice: "...El día en que creó Dios al hombre, a semejanza de Dios lo hizo. Varón y hembra los creó; y los bendijo..." (Génesis 5:1–2; cursiva agregada).
Los profetas han enseñado de manera uniforme que el elemento máximo y culminante del gran plan de Dios para bendecir a Sus hijos es el matrimonio eterno.
El presidente Ezra Taft Benson declaró: "La fidelidad al convenio del matrimonio trae el gozo pleno aquí en la tierra y recompensas gloriosas en el más allá" (The Teachings of Ezra Taft Benson, págs. 533–534). El presidente Howard W. Hunter describió el matrimonio celestial como la "ordenanza suprema del Evangelio", y aclaró que aunque el lograrlo tome "más tiempo [para algunos], tal vez más allá de esta vida terrenal", no será denegado a ninguna persona digna (Teachings of Howard W. Hunter, págs. 132, 140). El presidente Gordon B. Hinckley ha dicho que el matrimonio eterno es "una cosa maravillosa", un "don más precioso que todos los demás" ("The Marriage That Endures", Ensign, mayo de 1974, pág. 23).
Sin embargo, a pesar de la magnificencia y la gloria de este don, no es gratuito; de hecho, es condicional, y aunque haya sido otorgado, puede ser retirado si no guardamos las condiciones del convenio que lo acompaña. En la sección 131 de Doctrina y Convenios se nos dice:
"En la gloria celestial hay tres cielos o grados; y para alcanzar el más alto, el hombre (esto significa la mujer también) tiene que entrar en este orden del sacerdocio [es decir, el nuevo y sempiterno convenio del matrimonio]..." (D. y C. 131:1–2).
Un convenio es una promesa sagrada; nosotros prometemos hacer ciertas cosas y Dios se compromete a hacer otras. A aquellos que guarden el convenio del matrimonio Dios les promete la plenitud de Su gloria, vidas eternas, progenie eterna, la exaltación en el reino celestial y una plenitud de gozo. Todos sabemos esto, pero a veces no pensamos mucho en lo que nosotros tenemos que hacer para recibir estas bendiciones. Las Escrituras parecen decir claramente que hay por lo menos tres obligaciones inherentes a este convenio.
Primero, el matrimonio eterno es para siempre. Eterno implica un desarrollo y un progreso continuos; significa que el marido y su esposa tratarán sinceramente de perfeccionarse; significa que la relación matrimonial no se abandonará frívolamente cuando surja el primer desacuerdo o cuando los tiempos se pongan difíciles; significa que el amor será más y más fuerte con el tiempo y que se extenderá más allá de la tumba; significa que cada cónyuge será bendecido con la compañía del otro para siempre, y que los problemas y las diferencias tendrán que solucionarse porque no van a desaparecer. Eterno significa arrepentimiento, perdón, longanimidad, paciencia, esperanza, caridad, amor y humildad. Todas esas cosas forman parte de todo lo que sea eterno; y, por cierto, las tenemos que aprender y practicar si queremos lograr un matrimonio eterno.
Segundo, el matrimonio eterno es ordenado por Dios. Esto significa que los contrayentes del convenio del matrimonio están de acuerdo en invitar a Dios a ser parte del mismo, en orar juntos, en guardar los mandamientos, en mantener los deseos y las pasiones dentro de ciertos límites que los profetas han señalado; significa que son compañeros iguales y que serán rectos y puros fuera y dentro del hogar. Esto es una parte de lo que significa ser ordenado por Dios.
Tercero, el matrimonio eterno es una clase de asociación con Dios; Él promete una continuación de las vidas a aquellos que se sellen en el templo. En el mandamiento que se dio a Adán y Eva de multiplicarse y henchir la tierra va implícito un lazo de unidad con el Creador. Hay una obligación de enseñar el Evangelio a los hijos porque también son hijos del Padre Celestial. Por eso tenemos la noche de hogar y el estudio de las Escrituras, conversamos sobre el Evangelio y prestamos servicio al prójimo. También parece haber una obligación de apoyarse y sostenerse mutuamente en los llamamientos y en la función que cada uno tiene que desempeñar. ¿Cómo podemos decir que somos uno con Dios si no nos sostenemos el uno al otro cuando se llama a la esposa a servir en la Primaria y al esposo en el obispado?
De manera que el convenio del matrimonio implica por lo menos estas cosas y probablemente otras. No creo que me equivoque cuando digo que aquellos que maltratan a su cónyuge en forma verbal o física, o los que degradan, rebajan o ejercen un injusto dominio en el matrimonio no están guardando el convenio; tampoco lo hacen aquellos que desatienden los mandamientos o que no sostienen a sus líderes. Aun los que rechazan los llamamientos, o los que descuidan a sus vecinos o en forma ligera adoptan las costumbres del mundo corren peligro. Si no guardamos nuestra parte del convenio, ninguna promesa tenemos. Más que todo, pienso que no se puede lograr un matrimonio celestial sin el compromiso de hacerlo funcionar. La mayor parte de lo que sé al respecto lo he aprendido de mi compañera: hemos estado casados durante 47 años y desde el principio, ella sabía la clase de matrimonio que quería.
Comenzamos como estudiantes universitarios pobres, pero la visión que tenía para nuestro matrimonio la simbolizaba un juego de cubiertos de plata. Tal como se hace hoy en día, cuando nos casamos fuimos a una tienda y seleccionamos los regalos que queríamos recibir. En vez de escoger la vajilla y los aparatos electrodomésticos que necesitábamos y esperábamos recibir, ella pidió un juego de cubiertos de plata. Escogió el estilo y el número de piezas que quería, y anotó cuchillos, tenedores y cucharas en el registro de la tienda y nada más. No pidió toallas, ni tostadora, ni televisor, sólo cuchillos, tenedores y cucharas.
La boda se llevó a cabo; nuestros amigos y los amigos de nuestros padres nos hicieron obsequios. Nos fuimos a nuestra corta luna de miel y decidimos que abriríamos los presentes al regresar. Al hacerlo, nos quedamos sorprendidos; entre todos los regalos no había ningún cuchillo ni un tenedor. Hicimos bromas de la situación y continuamos con nuestra vida.
Nos nacieron dos hijos mientras estábamos en la universidad; no teníamos dinero extra, pero cuando mi esposa trabajó a tiempo parcial como jueza de elecciones, o cuando alguna persona le obsequiaba algo de dinero por su cumpleaños, ella, sin comentarlo, lo guardaba y cuando tenía lo suficiente, iba a la tienda para comprar un tenedor o una cuchara. Nos tomó varios años acumular suficientes piezas y usarlas. Cuando por fin tuvimos un juego para cuatro personas, empezamos a invitar a algunos amigos a cenar.
Antes de que llegaran, solíamos tener una corta conversación en la cocina y hablábamos de qué cubiertos íbamos a usar, los gastados que no hacían juego, o los especiales de plata. En aquellos días por lo general yo votaba por los inoxidables; era más fácil ya que sólo se ponían en la lavadora de vajilla después de comer y se solucionaba el asunto. Por otro lado, los cubiertos de plata daban mucho trabajo. Mi esposa los tenía escondidos debajo de la cama para que un ladrón no los encontrase con facilidad. Ella había insistido en que yo comprara un paño especial para envolverlos para que no se pusieran negros. Cada pieza iba en su bolsa y no era muy fácil tenerlas listas. Cuando se usaban los cubiertos de plata, teníamos que lavarlos a mano, pieza por pieza, secarlos para que no quedara ni una mancha, envolverlos y con cuidado esconderlos otra vez para que no los fuesen a robar. Si descubríamos una mancha, mi esposa me mandaba a la tienda para comprar un producto especial para limpiar plata, y juntos, con esmero, los lustrábamos para quitarles las manchas.
Al pasar los años, compramos otras piezas y veía con asombro cómo las cuidaba mi esposa. Ella no era una persona que se enojara con facilidad; sin embargo, recuerdo el día en que uno de nuestros hijos de alguna manera consiguió uno de los tenedores de plata para ir a cavar en el jardín de atrás. Ese intento se encontró con una encendida mirada y con la advertencia de ni siquiera pensarlo, ¡nunca! Me di cuenta de que el juego de plata nunca se utilizaba para las cenas que ella cocinaba en el barrio, nunca fue parte de las cenas que ella preparaba y enviaba para los enfermos o necesitados; nunca fue parte de los paseos de fin de semana ni tampoco de los días de campamento. De hecho, nunca se utilizaba en ningún lado y, al pasar el tiempo, ni siquiera lo usábamos en nuestra mesa muy a menudo. Solíamos juzgar, sin que ellos se dieran cuenta, si algunos amigos eran dignos de usar nuestros cubiertos de plata; al llegar a cenar, encontraban puestos los cubiertos de acero inoxidable.
Llegó el momento en fuimos llamados a la misión. Un día llegué y mi esposa me dijo que tenía que alquilar una caja de seguridad para el juego de plata; ella no quería que lo lleváramos ni que lo dejáramos, y no quería perderlo.
Durante años pensé que tan sólo era un tanto excéntrica, hasta que un día me di cuenta de que por mucho tiempo ella había sabido algo que yo apenas empezaba a entender: Si queremos que algo dure para siempre, debemos tratarlo de forma diferente. Lo cubrimos, lo protegemos, nunca lo maltratamos ni lo dejamos a la intemperie; no lo convertimos en algo común y corriente. Si alguna vez se le quita el brillo, lo pulimos con amor hasta que brille como nuevo; llega a ser algo especial porque en eso lo hemos convertido y se torna más valioso con el transcurso del tiempo.
El matrimonio eterno es así. Debemos tratarlo de esa manera. Ruego que lo veamos como el don invalorable que es. En el nombre de Jesucristo. Amén.
Conferencia General |
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Octubre de 2001 |
"Es posible que ningún matrimonio ni familia, ni barrio ni estaca alcance la plenitud de su potencial hasta que esposos y esposas, madres y padres, y hombres y mujeres trabajen juntos en unidad de propósito".
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Este verano me lastimé un hombro y no pude utilizar el brazo por semanas. Nunca me había dado cuenta cuánto depende un brazo del otro para el equilibrio, ni cuánto menos podía levantar con un solo brazo que con los dos, ni de que había cosas que definitivamente no podía hacer. Esa discapacidad no sólo avivó mi respeto por quienes afrontan tan bien sus limitaciones físicas, sino que me ayudó a darme cuenta cuánto más pueden hacer los dos brazos juntos.
Por lo general, dos son mejores que uno1, como lo confirmó nuestro Padre cuando declaró que "no era bueno que el hombre estuviese solo"2e hizo ayuda idónea para Adán, alguien que tuviera dones singulares que le brindaría "equilibrio", le ayudaría a compartir las dificultades de la vida terrenal y le permitiría hacer cosas que por sí solo no podría. Ya que "en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón"3.
Satanás comprende el poder que tienen el hombre y la mujer unidos en rectitud. Él sigue resentido por haber sido expulsado a un exilio eterno después de que Miguel guiara en contra de él a las huestes del cielo, compuestas de hombresymujeres valientes unidos en la causa de Cristo. Según las sobrias palabras de Pedro, "el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar"4. Lucifer está resuelto a devorar matrimonios y familias, ya que la disolución de éstos es una amenaza para la salvación de todos sus integrantes y para la fortaleza del reino mismo del Señor. Por tanto, Satanás trata de confundirnos en lo que respecta a las mayordomías y naturalezas particulares que poseemos como hombres y mujeres. Él nos bombardea con mensajes distorsionados acerca del sexo, el matrimonio, la familia y todas las relaciones de los sexos masculino y femenino. Él desea hacernos creer que el hombre y la mujer son tan iguales que nuestros dones exclusivos no son necesarios, o que son tan diferentes que nunca podremos comprendernos unos a otros. Ninguna de esas cosas es cierta.
Leer más: http://www.lds.org/conference/talk/display/0,5232,89-3-238-4,00.html